Aquí se trata de llevar a ciertos sujetos a aniquilarse como sujetos, excitar su potencial de actuar para presionarlos mejor, llevarlos al ejercicio de su propia pérdida, producir seres que, cuanto más se defienden, más se dañan.
ELSA DORLIN, Autodefensa, una filosofía de la violencia.
Bandas, ¿por qué?
Los diferentes grupos humanos que forman parte de una sociedad, tienden aliarse, a establecer lazos de pertinencia que los hagan más fuertes, que los definan, y sobre todo, que les den una identidad común. Las bandas y pandillas, son la manera en que crean sus vínculos los individuos que, rodeados de unas circunstancias especialmente desfavorables, buscan una protección que el Estado y la familia no pueden darles.
Las causas que llevan a la formación de bandas son de muy diversa índole dependiendo del territorio en el que se encuentren, pero parece que un factor común en la mayoría de los casos es la sensación de desprotección, marginación, abuso, y posterior rebelión por parte de sus miembros, en confrontación con el sistema social estratificado en el que se encuentran.
Los individuos que gozan de privilegios, que debido a su posición social sí se benefician de la protección del sistema, no parecen tener la necesidad de pertenecer a bandas. Son aquellos parias, económicamente castigados y socialmente repudiados los que se ven envueltos (quieran o no) en una espiral de violencia difícilmente eludible.
Para entender el porqué de las bandas, es necesario primero comprender la magnitud de la presión a la que los individuos están sometidos en un entorno que les empuja, de manera a veces totalmente asfixiante, a implicarse de manera activa en el mundo de las pandillas.
Intentemos entonces entender las causas de estas alianzas, para poder valorar sus consecuencias.
Hijos sin padres.
Los escenarios de las bandas son lugares de pobreza. La violencia es el estado permanente, y la delincuencia es cómo esta se materializa. Los niños son arrancados de sus padres al poco de nacer, ya sea por la muerte o por las causas pendientes con la justicia. En muchos casos, la crianza de los niños y niñas queda en manos de las mujeres del barrio, que, ya sea por empatía o por obligación, se hacen cargo de ellos. Cuando es la propia madre la que los cuida, la necesidad de sustento la obliga a permanecer fuera de casa tanto tiempo, que los niños aprenden a estar solos desde pequeños.
A medida que crecen, y sin referentes familiares que les guíen y les inspiren, observan a su alrededor, y lo que perciben es la normalización de la violencia y la muerte. Cadáveres en la calle, que miran con curiosidad, esperando que alguien les explique lo horrendo de la muerte, cosa que nunca llega, y que provoca una indiferencia atroz en la mirada de un infante. Poco a poco aprehenden en su mente cómo funciona todo. Si no matas, te matan.
El niño o la niña empiezan a buscar entonces mecanismos de supervivencia en un entorno hostil. Encuentran referentes en los “grandes”, en los “valientes” del barrio. Aquellos que se han hecho a sí mismos, y se han construido a través de las muertes que han ido dejando por el camino, aquellos a los que se teme por su osadía, su valentía, y su crueldad.
Pero aún hay algo más grande que ellos, más grande que el valor y el honor. Hay algo que parece estar por encima de todos, y que todo el mundo respeta: La banda. En ella es posible sentirse “de algún sitio”, y es posible que alguien te proteja cuando ya no te quede nada más que tu miseria.
Es así como la banda se convierte en sustituto de la familia. Es así como se crea una estructura más fuerte y más consistente que el propio Estado, a quien no parece importar lo que pasa en los lugares más recónditos y remotos. Allí donde nadie va a venir a protegerte, es la banda la que te brinda la oportunidad de ser alguien, de morir por algo, y de que tu vida no sólo sea una acumulación de días sin sentido, sin objetivo y sin futuro.
Ya sea por opción propia o por coacción, los niños se ven envueltos en un ambiente en el que la supervivencia consiste en no mirar atrás, en no pensar en cuántos has matado, porque si paras un momento, estás muerto.
¿Quiénes son los “buenos”?
La mara es un “Estado” paralelo construido desde la criminalidad, una heterotopía basada en el control del territorio de los barrios marginales, en los que la droga es el medio de vida, y a través de la extorsión se redistribuye una riqueza ya de por sí inexistente. Se impone un “impuesto de guerra” que se cobra a todo aquel que tenga un negocio, y se mata a todo aquel que no acceda a las pretensiones de la banda. Visto así, podría reducirse entonces a un escenario de pobres exterminando a pobres, grupos antisociales que no son útiles a la sociedad, individuos al margen del sistema que “se matan entre ellos”. Pero… ¿cómo se ha llegado hasta aquí? ¿qué es lo que ha llevado a las maras a ser lo que son hoy en día?
Son muchos los factores que pueden incidir en que un Estado se declare como “fallido”. La corrupción, la desigualdad, el reparto de riqueza no equitativo, el tráfico de drogas, la violencia, el nepotismo de las clases dirigentes… Los Estados en los que las maras han llegado a dominar el territorio, son estados fallidos. La corrupción permea todas las instituciones, y la pobreza abarca a más de la mitad de la población. Estados desbordados, policía corrupta, que en muchos casos es la principal responsable de la irrealizable utopía de la reinserción.
Ante la imposibilidad del Estado de controlar la violencia, la lucha contra el crimen cometido por las maras se convierte en un escarnio público. La exhibición de los detenidos como trofeo, la “demonización” de sus integrantes desvía en muchas ocasiones los problemas de estructura que presentan los gobiernos, incapaces de controlar la corruptela de sus políticos y de sus cuerpos y fuerzas de seguridad. Los intentos de reinserción son frustrados continuamente por la policía, que trata a los individuos como escoria a la que hay que eliminar. Ante esta guerra encubierta, el hermetismo surge como método de defensa en los integrantes de las maras, para los que los “soplos” o las filtraciones de información son el crimen peor castigado.
Ante la exposición de los detenidos como “trofeos”, éstos se muestran altivos, desafiantes, ya que la expectación que su captura supone, les da un protagonismo que jamás podrían alcanzar como miembros integrados en una sociedad que los excluye de manera permanente. Es su momento de gloria, que ya nadie podrá arrebatarles. Héroes para los suyos, delincuentes para el Estado.
Entre rituales y despedidas.
Lo que se sabe de las maras, cambia de manera continua, y queda siempre expuesto a una “cuarentena”, ya que el hermetismo comentado anteriormente hace que la realidad sea difícil de conocer a ciencia cierta. Nunca se sabe si lo que “sale” de la banda es real, o es lo que los integrantes quieren dar a conocer.
Una de las cuestiones polémicas sobre los rituales que envuelven a las bandas, es el supuesto “Ritual de entrada”. Durante 23 segundos, el aspirante ha de soportar los golpes de sus compañeros, para demostrar así que está preparado para asumir el dolor que va a tener que afrontar como miembro del grupo. En el caso de las mujeres no está claro el funcionamiento. En ocasiones se asocia con el mismo que para los hombres, y otras veces se relaciona con conductas sexuales que ha de adoptar la aspirante como demostración de sumisión. La función de la mujer en general es bastante desconocida, y su hipotético papel real dentro de la estructura no ha sido todavía desvelado.
Otro de los campos de batalla de los integrantes de las bandas es el cuerpo, un lienzo en el que plasmar el sufrimiento, que queda en la piel y se lleva en el alma. Así como las cicatrices que demuestran haber sufrido agresiones a las que se ha sobrevivido, el tatuaje es el sufrimiento plasmado en la piel, la valentía y el coraje, la capacidad de hacerse con el poder simbólico de la banda a través de la expresión en el propio cuerpo.
El tatuaje tiene dos significados bien diferenciados dependiendo de la perspectiva desde la que se miren. Por un lado, otorgan prestigio dentro de los límites de los integrantes del grupo, que reconocerán y respetarán a quien los muestre. Por el otro, se convierten en estigma social que impedirá la integración del individuo en una sociedad que rechaza la pertenencia a la banda, que la rehúye como si de una enfermedad se tratara, y de la que intentará deshacerse por todos los medios. El tatuaje le marca, y lo vuelve visible ante el sistema, que automáticamente lo catalogará y le asignará el rol de persona al margen de la ley. De ésta manera, el tatuaje se convierte en un arma de doble filo, que beneficiará o perjudicará al individuo dependiendo del contexto en el que se encuentre.
La muerte está presente en el día a día de las maras, y tiene múltiples manifestaciones. Cuando un integrante de la banda muere de forma violenta, se activa todo un mecanismo de “solidaridad” entre los integrantes, en el que todo el mundo participa de una manera u otra.
Las colectas para los entierros son el inicio del protocolo marcado, ya que de manera mayoritaria, la gente del barrio colabora en la compra del ataúd que servirá de “recipiente” para la despedida.
Durante el velatorio, una oración recitada al unísono envuelve el ambiente y estrecha el vínculo entre los miembros, generando así una sensación de familiaridad en la que los compañeros se convierten en hermanos. Mártires a los que añorar y recordar como héroes.
En el entierro, se observa de manera generalizada el sufrimiento y el dolor en las mujeres, que lloran abrazadas al ataúd, mientras que los hombres muestran una mirada consternada, valorando durante unos instantes cuánto tiempo les quedará a ellos antes de acabar también en un ataúd. Las mujeres lloran a los muertos como si les fuese la vida en ello. Maridos, hijos, hermanos, padres. Las mujeres son la figura estática del escenario de muerte en el que se integran día a día.
Por último, las “Casas Locas” suponen para las bandas aquellos lugares creados para la barbarie, en los que no existen más normas que las imaginadas por ellos. Rituales de expresión y demostración de fuerza. Son un mecanismo de exteriorización de la locura que provoca la desesperación de la desesperanza. Lugares de muerte, de saña, de depravación, en los que no cabe la más mínima empatía, y en la que los seres humanos se transforman en monstruos. ¿El motivo? Que los dueños se nieguen a someterse a la jerarquía de la banda. Que se resistan a alimentar, a nutrir sus cimientos, en definitiva, que no reconozcan la supremacía del grupo. Los desmembramientos, cuanto más sangrientos, más sirven como demostración de fuerza y valor. Máxima expresión de la desesperación humana por sentirse alguien, con poder sobre otro ser humano para arrebatarle lo único de lo que no puede prescindir, la vida.
La banda lo es todo.
La mente colectiva de la banda está por encima del individuo, que se rinde al poder de ésta, y se transforma en una especie de sombra proyectada, sin capacidad de decisión ni alternativa posible. La banda lo es todo. El colectivo, por malo que sea, siempre es mejor que una sociedad en la que el individuo siente que ha perdido la posibilidad de encajar, de desarrollarse o de gozar de un mínimo de libertad.
Las personas se ven insignificantes en un sistema en el que sienten que nadie apuesta por ellos. Las normas que se supone que han de servir para vivir en sociedad, no son útiles en un entorno en el que se ha normalizado la muerte, en el que la vida tiene un valor efímero e insignificante. Las muertes se suceden una tras otra sin que nada cambie. La gente no habla, mira impasible el pasar de los días repletos de muertos mudos, que no hallarán consuelo en el castigo de su asesino, que a nadie importa.
En la banda tienen al menos un lugar, un nombre, un mínimo sentimiento de pertinencia que les aferra a una realidad absurda de violencia y desesperación.
En la banda aprenderán todo aquello que la familia no es capaz de enseñar, por no disponer de los mecanismos suficientes para la transmisión de valores, y la protección de los hijos.
Entrarán en la banda, de manera voluntaria o forzosa, y establecerán un pacto de lealtad del que únicamente se desvincularán a través de la propia muerte.
¿Y …eso es todo?
Todas las medidas que se lleven a cabo por parte de los gobiernos, que no tengan en cuenta el modo en que las personas estructuran su sistema de valores, gozarán de un éxito relativo. La reinserción de las personas no es factible, cuando su entorno les empuja de manera constante a volver al único sistema que han conocido.
Las etiquetas, los estereotipos y los estigmas que envuelven a las maras, los han blindado contra el cambio, retroalimentándose de motivos para la autodefensa, y para el ataque.
No es posible el cambio sin una oportunidad. No es posible el cambio mientras un sistema corrupto reafirme la sensación de desigualdad y de injusticia. No es posible el cambio sin una estructura familiar que vuelva a tener los mecanismos suficientes para educar en empatía y respeto al prójimo. El cambio no es posible cuando no hay tiempo para reflexionar, cuando tu vida pende de un hilo continuamente.
Si hay una solución para una espiral de violencia tan atroz, ésta debe pasar por ver a las personas como lo que realmente son, sujetos con oportunidades y privilegios totalmente desequilibrados, que los orientan hacia las tendencias propias de su entorno.
Aquí tenéis dos documentales que os ayudarán a entender el modo de vida de las maras, y la crudeza de su día a día.
Sistiaga, Jon. Documental Mara Vida. Canal +
POVEDA, Christian. Documental La vida loca.