Lo que nos separa de los simios

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De humanos y simios

Jane Goodall ha dedicado su vida al estudio de los chimpancés. Su experiencia nos ofrece una perspectiva diferente de la situación global del planeta, y merece una reflexión profunda sobre el papel que los humanos han desarrollado a lo largo de la historia, y el antropocentrismo que supone creerse únicos poseedores de los rasgos distintivos que caracterizan a los seres racionales.

Jane Goodall recrea una de las cuestiones más relevantes sobre la autodestrucción humana. Plantea la dicotomía de personas que, aun luchando para que el progreso no destruya sus hábitats, sienten curiosidad y atracción por descubrir los secretos y los nuevos horizontes que los avances tecnológicos les deparan.

Estos avances tecnológicos generan controversia sobre la sostenibilidad del planeta y de los pueblos que conservan sus tradiciones ancestrales. Por un lado, el progreso tecnológico facilita en sobremanera tanto el estudio como la consecución de objetivos que antaño fueron impensables, pero en contrapartida, este mismo progreso se está utilizando para destruir el medio ambiente, y satisfacer el ansia de poder del ser humano.

El hecho de descubrir que los chimpancés poseen comportamientos anteriormente atribuidos únicamente a los seres humanos, convierte la línea que nos separa de los animales, en una franja difusa y cada vez más difícil de definir. La capacidad de crear herramientas era un rasgo atribuido exclusivamente al ser humano, pero la observación de los chimpancés mostró que esta no es una característica exclusivamente humana.

La transmisión generacional sobre el uso de herramientas, los comportamientos asociados a las emociones, el vínculo entre individuos y las conductas sociales que los chimpancés muestran, conducen irremediablemente a un cambio de paradigma sobre lo que realmente significa pertenecer a un mundo en el que los animales y los humanos, no están tan distanciados

Es ésta una situación que debería provocar un cambio en la actitud que la humanidad ha mostrado siempre hacia la diferencia. Hacia los animales, y hacia todo lo que suponga un obstáculo para el avance de un progreso, que sin que muestre ni un atisbo de control, agota todo lo que encuentra a su paso. Sin reflexión, sin conciencia del impacto que genera la desesperación de una búsqueda incansable por la supervivencia, el progreso humano está actualmente al servicio de la destrucción de saberes y experiencias.

El equilibrio

La pérdida de la diversidad cultural, está despojando a la humanidad de su asombrosa y maravillosa capacidad de vivir en equilibrio con su entorno, y ya ni los valores ni el arraigo cultural son capaces de contener la devastación. Como niños deseosos de abrir sus regalos en navidad, las tribus afrontan el contacto con el mundo occidental sin herramientas que les permitan observar el potencial destructivo de este nuevo horizonte.

Es el anhelo de lo inalcanzable lo que convierte a los humanos en un peligro para la naturaleza, en un elemento distorsionador que destruye el equilibrio entre todos los seres, que durante miles de años han vivido en armonía. El avance tecnológico es una herramienta que, en manos equivocadas, genera desigualdad e injusticia.

El cambio de comportamiento que muestran los pueblos Pigmeos y la destrucción de su hábitat llevado a cabo de una manera totalmente inconsciente, es la muestra de que el ser humano no siempre actúa de manera inteligente. La inteligencia supone valorar la interconexión global del planeta, y no sólo para obtener y explotar sus recursos, sino para protegerlo de las conductas nocivas que lo degradan hasta niveles insostenibles.

Las relaciones que se establecen entre Occidente y el resto de pueblos, son relaciones de desigualdad sustentadas en un desequilibrio de poder que deja en desventaja a todo pensamiento no occidental. La reciprocidad es una dinámica inexistente en el pensamiento capitalista, que persigue por encima de todo, su propio beneficio.

La capacidad de raciocinio trajo consigo el ansia de apropiarse de lo ajeno, de poseer territorios y recursos, y ha transformado el planeta en un escenario desolador para las especies animales, y para las tribus nativas que creen firmemente en la preservación de su entorno como requisito imprescindible para su dignidad y pervivencia.

Pero, ¿qué es lo que nos separa realmente de los simios?

Si hay una característica que nos convierte en seres únicos, es la capacidad de poder discernir sobre el pasado y el futuro, y transmitirlo de manera que otros puedan entendernos. La transmisión cultural entre generaciones es el rasgo distintivo más significativo de la humanidad, y lo que ha propiciado su avance a través del conocimiento acumulado a lo largo de la historia.

La especialización en el lenguaje, y la habilidad de convencer a otros, permitió la creación de redes para llevar a cabo proyectos que implicaban la colaboración entre individuos. La colaboración a gran escala es el origen del progreso tecnológico y de los avances que han situado a la humanidad en una posición ventajosa respecto al resto de especies del planeta.

Pero esa posición aventajada tiene riesgos. Si no se establecen unos límites adecuados, la habilidad de crear puede transformarse rápidamente en un arma de doble filo que genere la destrucción de todo aquello por lo que se ha luchado. Sin un mecanismo de contención, ese poder desenfrenado puede morir de éxito.

La habilidad que permitió al ser humano iniciar su camino hacia el progreso fue la creación de redes de apoyo entre personas que colaboraban para lograr un objetivo común. La filosofía capitalista está mermando esta capacidad colaborativa, dando cada vez más importancia a la individualidad y al beneficio propio. Este puede ser un mal que acabe con ese primer rasgo distintivo que nos hizo humanos: la colaboración y el respeto por el pasado. Si olvidamos de dónde venimos, el futuro carece de rumbo. Y la falta de rumbo genera caos.

El respeto debería ser la perspectiva desde la que partieran todas las acciones humanas, respeto a la vida, al pensamiento, a las creencias, a la existencia. Respeto a todo lo que compone este maravilloso mundo al que pertenecemos, no sabemos por cuánto tiempo.

Os invito a disfrutar del inspirador relato de Jane Goodall, que nos muestra la posibilidad de conjugar pasado y presente para alcanzar un futuro más respetuoso, más humano.