La primera reacción humana ante las pandemias ha sido siempre la misma: el pánico.
A lo largo de la historia el ser humano ha conseguido controlar prácticamente todo tipo de situaciones a través de los avances científicos. La tecnología, el conocimiento y las nuevas técnicas de control de los elementos de la naturaleza han generado en la humanidad una sensación de omnipotencia, únicamente perturbada por aquellas ocasiones en las que la amenaza de una pandemia ha forzado una reflexión sobre la fragilidad de la vida. La dificultad que conlleva controlar enfermedades que se transmiten a través del contacto entre personas ha sido y sigue siendo un motivo de preocupación incorporado en el imaginario colectivo.
En la actualidad, es posible desarrollar una explicación científica para la mayoría de patologías y enfermedades que atacan nuestro sistema inmunológico, pero esto no siempre fue así. Ante el desconocimiento y la imposibilidad de elaborar teorías que arrojaran luz sobre el origen de tan atroces enfermedades, las pandemias fueron atribuidas a castigos divinos provocados por el mal comportamiento del ser humano. Se cerraba así de un portazo la posibilidad de cura, que quedaba siempre en manos de un Dios piadoso unas veces, y otras airado.
En prácticamente todas las religiones, se contempla la posibilidad de que una enfermedad asole a la población, y haga pagar a justos y pecadores por los excesos de la humanidad. Las plagas y pandemias parecen haberse contemplado como mecanismo de control para forzar la reflexión de las personas sobre las conductas perniciosas y dañinas contrarias a la moral religiosa.
No es difícil imaginar entonces que se asociara de manera directa a los enfermos con el pecado, y se les considerara como gente que, por algún motivo desconocido, merecía el castigo. Esto acrecentaba el miedo y propiciaba que los enfermos fuesen repudiados, rechazados y tratados como seres a los que había que evitar por todos los medios. No hay que remontarse muy lejos en la historia. Durante los años 80 del siglo pasado la epidemia de SIDA que azotó mayoritariamente a hombres homosexuales, fue interpretada ampliamente desde la perspectiva religiosa, como un castigo por su conducta “desviada”.
La imaginación también ha sido un factor a tener en cuenta en el desarrollo de las diferentes pandemias. La búsqueda de la causalidad, de dónde viene y cómo se transmite la enfermedad sigue aún en nuestros días alimentando teorías y supuestos que en ocasiones ponen en peligro la salud de las personas, ya que a veces la voluntad de creer en una causa es más fuerte que la explicación que puede ofrecer la ciencia.
El miedo ante la muerte se torna irracional, incontrolable. Pero siempre han existido personas que, ya sea por curiosidad, valentía o voluntad de ayudar al prójimo, anteponen la observación al miedo. Gracias a estos hombres y mujeres que se han expuesto para intentar encontrar una cura a la enfermedad, se han superado las diferentes pandemias registradas a lo largo de nuestra historia.
Si tenemos alguna ventaja sobre aquellos primeros humanos que cayeron presos del pánico al observar pústulas en los cuerpos de su entorno, o llagas, o fiebres mortíferas, es precisamente la capacidad de retrospección. Podemos mirar atrás y ver todos los errores que se cometieron, y también los aciertos que permitieron si no llegar a una cura, al menos paliar los terribles efectos de las pandemias.
Las mascarillas como escudo
La evidencia de protección respiratoria artesanal más antigua de la historia es la del escritor romano Plinio el Viejo, en la enciclopedia “Historia natural”, redactada en la segunda mitad del siglo I. Plinio el Viejo menciona un truco utilizado por los trabajadores del cinabrio, para no inhalar el polvo nocivo: el empleo de mascarillas hechas con pieles de vejigas blandas de animal. La referencia del erudito, es la más antigua que quedó registrada como método de protección ante la inhalación de sustancias perjudiciales para el organismo, y fue el primer paso hacia la creación de barreras efectivas para evitar la intrusión de agentes nocivos en el cuerpo humano.
Ya en el año, 1348, una enfermedad terrible y desconocida se propagó por Europa, y en pocos años sembró la muerte y la destrucción por todo el continente. La peste negra acabó con un tercio de la población europea y se repitió en sucesivas oleadas extendiéndose hasta el siglo XVIII, llegando finalmente a matar a unos 200 millones de personas.
Uno de los primeros métodos de protección ante la peste negra que los observadores meticulosos adoptaron, fue el uso de máscaras faciales para evitar el contagio. Aún con un desarrollo científico muy precario, se dieron cuenta de que la transmisión de la enfermedad podía producirse a través del aire. De esta manera, y no sin gran mérito, los primeros en utilizar máscara fueron los médicos de la peste. Desde nuestra perspectiva, si imaginamos lo que pensaría un enfermo al ver aparecer a un señor cubierto de cuero, con capa, un bastón en la mano, y una máscara en forma de pico de pájaro que le cubría totalmente el rostro, posiblemente su primer pensamiento debía ser que su momento había llegado.
La creación del traje se atribuye a Charles de Lorme, médico que atendía las necesidades médicas de las realezas europeas del siglo XVII. De Lorme esbozó un vestuario que incluía un abrigo cubierto de cera perfumada, pantalones de montar dentro de las botas, camisa fajada, y sombrero y guantes de piel de cabra. En el interior del pico de la máscara introducían una mezcla de hierbas aromáticas y otros componentes que supuestamente purificaban el aire. El accesorio principal era un bastón, con el que los médicos marcaban la distancia para poder examinar a los pacientes sin tocarlos, y para alejar a la gente que se acercaba demasiado. Pese al aparatoso traje, los médicos de la peste no estaban realmente protegidos ante la enfermedad, y muchos de ellos murieron al exponerse al contagio.
En 1877, en Inglaterra se inventó y se patentó como un respirador la máscara de humo Nealy. Consistía en una esponja empapada de agua que se colocaba sobre la boca para actuar como filtro del gas y una bolsa en forma de depósito que se colgaba al cuello. Apretando el saquito, el agua subía y volvía a mojar la mascarilla para que pudiera seguir filtrando las partículas que podían suponer una amenaza para el sistema respiratorio. En ningún momento ofreció una protección efectiva contra el contagio de enfermedades, y su uso quedó en un acto meramente simbólico.
A finales del siglo XIX se creó el primer respirador de Gibbs, una mascarilla utilizada como defensa ante la inhalación de polvos venenosos, destinada fundamentalmente a los mineros y a los trabajadores de las industrias. Pese a parecer un modelo sencillo, sería la base para el diseño de un respirador mucho más eficaz.
En el año 1910 una devastadora peste neumónica provocó más de 60.000 muertes en Manchuria, en el noreste de China. El doctor Wu Lien-teh, tras descubrir que la enfermedad se propagaba por el aire, desarrolló mascarillas quirúrgicas tomando como base las que ya existían en Europa. Las mejoró agregándoles más capas de material a modo de filtro. Tras esta mejora, otros médicos de la zona comenzaron a desarrollar sus propias mascarillas, pero finalmente la de Lien-teh destacó como la que protegía mejor de las bacterias. Era barata y sus materiales eran fáciles de conseguir, por lo que la producción en masa se disparó. Tras esto, y a través de la prensa, la mascarilla se hizo popular en Europa y el resto del mundo. Los médicos empezaron a utilizarla, también los soldados e incluso la gente de a pie y se convirtió en un símbolo del avance científico.
El uso moderno de armas químicas comenzó con la Primera Guerra Mundial, cuando ambos bandos del conflicto utilizaron gas venenoso para infligir sufrimiento atroz y considerable número de bajas en el campo de batalla. Dichas armas consistían esencialmente en conocidas sustancias químicas comerciales introducidas en municiones habituales como granadas y proyectiles de artillería. Entre las sustancias químicas empleadas se encontraban el cloro, el fosgeno (un agente sofocante) y el gas mostaza (que provoca dolorosas quemaduras en la piel). Los resultados fueron indiscriminados y a menudo devastadores. Se produjeron casi 100.000 muertes. Ambos bandos tuvieron que ingeniar máscaras antigás para evitar el exterminio de sus ejércitos.
La primera máscara antigás fue creada en 1847 por Lewis P. Haslett, en Estados Unidos. Más tarde sería rediseñada por Garrett Augustus Morgan, en 1912, con el fin de evitar las inhalaciones de gas por los bomberos. Finalmente, en 1915, sería de nuevo modificada por James Garner, adaptándola al campo de guerra. El uso de armas químicas dejó un terrorífico rastro de muerte y secuelas físicas. Como resultado de la indignación pública, en 1925 se firmó el Protocolo de Ginebra que prohibió el uso de armas químicas en la guerra.
La Gripe Española mató entre 1918 y 1920 a más de 40 millones de personas en todo el mundo. Se desconoce la cifra exacta de la pandemia que se considera la más devastadora de la historia. Aunque algunos investigadores afirman que empezó en Francia en 1916 o en China en 1917, muchos estudios sitúan los primeros casos en la base militar de Fort Riley (EE.UU.) el 4 de marzo de 1918.
Tras registrarse los primeros casos en Europa la gripe pasó a España. Un país neutral en la I Guerra Mundial que no censuró la publicación de los informes sobre la enfermedad, a diferencia de los otros países centrados en el conflicto bélico. Ser el único país que se hizo eco del problema provocó que la epidemia se conociese como la Gripe Española. España fue uno de los países más afectados con 8 millones de personas infectadas y 300.000 personas fallecidas. Por aquel entonces se haría popular la máscara de tela y gasa con las que la población se sentía más tranquila, pero que desgraciadamente carecía de efectividad. En el verano de 1920 el virus desapareció tal y como había llegado.
Después de la I Guerra Mundial, a la vista de los estragos que hizo la guerra química, la Wehrmacht (fuerzas armadas unificadas de la Alemania nazi), introdujo como elemento básico en el equipamiento del soldado la máscara antigás (GASMASKE).
El Zyklon B, el gas utilizado por los nazis en los campos de exterminio, fue el arma más escalofriante de la II Guerra Mundial. Sin embargo, y al contrario que en la Gran Guerra, ni las fuerzas del Eje ni los Aliados emplearon de forma sistemática los vapores tóxicos contra las posiciones enemigas. Aun así, los soldados contaron con aparatos respiratorios mucho más eficaces. La Wehrmacht utilizó en principio dos modelos de máscara antigás (Gasmaske) el Modelo 30 (M30) y el Modelo 38 (M38). Fueron los dos modelos más utilizados.
Tanto los soldados como la población civil se vieron obligados a la utilización de máscaras antigás, por el temor a ataques químicos, y su uso se generalizó a todos los niveles y en todos los países de la contienda.
Incluso Walt Disney participó en la II Guerra Mundial diseñando una máscara antigás. Las máscaras para adultos eran demasiado pesadas y aterradoras para los más pequeños, así que Disney ayudó a crear una máscara adaptada que se parecía a Mickey Mouse. La idea era hacer que los niños y niñas perdieran el miedo a utilizarlas en caso necesario. La Sun Rubber Company produjo unas 1000 máscaras, y otros países a su vez empezaron a crear máscaras antigás adaptadas a las necesidades de la infancia.
La COVID‑19 es la enfermedad infecciosa causada por el coronavirus (SARS-CoV-2) que se ha descubierto más recientemente. Tanto este nuevo virus como la enfermedad que provoca eran desconocidos antes de que estallara el brote en Wuhan (China) en diciembre de 2019. Actualmente la COVID‑19 es una pandemia que afecta a muchos países de todo el mundo.
La mayoría de las personas se recuperan de la enfermedad sin necesidad de tratamiento hospitalario, pero alrededor de 1 de cada 5 personas que contraen la COVID‑19 acaba presentando un cuadro grave y experimenta dificultades para respirar. Las personas mayores y las que padecen afecciones médicas previas como hipertensión arterial, problemas cardiacos o pulmonares, tienen más probabilidades de presentar cuadros graves. Sin embargo, cualquier persona puede contraer la COVID‑19 y caer gravemente enferma.
El gobierno español, en Real Decreto-ley 21/2020, de 9 de junio, de medidas urgentes de prevención, contención y coordinación para hacer frente a la crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19, contempla el uso obligatorio de mascarillas como medida de contención del contagio.
Las medidas adoptadas por los diferentes países para frenar la expansión de la enfermedad son dispares y en ocasiones contradictorias. La imposibilidad de demostrar de manera fiable la efectividad de las mascarillas, genera discrepancias entre la ciudadanía, que incluso desarrolla sus propios mecanismos de resistencia, cuestionando de manera abierta el uso del poder coercitivo del Estado.
La aparición de esta pandemia a nivel planetario supone un gran reto para la humanidad. Ha evidenciado la dependencia económica que el capitalismo ha generado en los diferentes países, y ha hecho aflorar la falta de una estructura que garantice el cuidado, y priorice la salud de las personas por encima del beneficio económico. El consumo frenético al que se arrojó el ser humano de manera desenfrenada, pasa ahora factura ante la imposibilidad de cuestionar un sistema económico que parece condenado a morir de éxito.
Otros muchos retos se avistan en el horizonte. Esperemos que la experiencia acumulada durante milenios sirva a la humanidad para no caer en los mismos errores. La fragilidad de la existencia se evidencia en situaciones como la actual, en la que es necesario, por encima de todo, valorar la preciada vida humana.
Bibliografía
El hombre y sus epidemias a través de la historia – W. Ledermann D
Real Decreto-ley 21/2020, de 9 de junio, de medidas urgentes de prevención, contención y coordinación para hacer frente a la crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19.
Webgrafía
https://canalhistoria.es/blog/breve-historia-de-la-mascarilla/
https://www.ngenespanol.com/ciencia/por-que-doctores-usaban-mascaras-puntiagudas-durante-peste/
https://historia.nationalgeographic.com.es/a/peste-negra-epidemia-mas-mortifera_6280
https://www.youtube.com/watch?v=FyMjTkwHfPc&t=103s
https://www.un.org/disarmament/es/adm/armas-quimicas/
http://www.wehrmacht-info.com/antigas_heer.html
https://elretohistorico.com/disney-mascara-antigas-segunda-guerra-mundial/