El negro de Banyoles: La deshumanización.

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“El Negro de Banyoles no es una momia. Lo profanaron la misma noche de su entierro, lo que en todas partes se considera un crimen, y lo disecaron como si fuera un animal”

Alphonse Arcelin

El “negrito” de Banyoles

Explicar que en el año 1991 había un museo en Banyoles (Catalunya, España, Europa) en el que se exponía en una vitrina a un hombre negro disecado es, sencillamente, difícil de asimilar.

La sociedad catalana, englobada en un entorno occidental y mediterráneo, fue esclavista desde la Antigüedad hasta la Abolición, entrado ya el siglo XIX.

El esclavismo catalán tuvo la particularidad de una intensa participación de embarcaciones y capital en la trata negrera legal desde 1789 entre África y Cuba. Dicha trata fue abolida en 1817, tras el acuerdo entre Gran Bretaña y España, sin embargo, el tráfico no desapareció, sino que fue en aumento. Esta circunstancia convirtió a la colonia caribeña en uno de los principales mercados receptores de esclavos del mundo. Pese a la ilegalidad del negocio, una gran parte de la burguesía catalana y también de la española, se vieron implicadas en un mercado que, aunque encubierto, enriqueció a muchos terratenientes que amasaron sus fortunas gracias al sufrimiento y a la explotación de lxs esclavxs.

La naturalización de la esclavitud como fin para el éxito personal y el prestigio, quedó así profundamente arraigada en un imaginario colectivo para el que los derechos y libertades de lxs esclavxs eran simplemente, inexistentes.

“Quien quiera comprar una negra, y una hija suya, mulata, que sabe guisar, lavar y planchar bien, acuda enfrente de la casa de los Gigantes, nº 9, casa de Don Mariano Sans y de Sala”.

Anuncio encontrado por Eloy Martín Corrales, historiador de la UPF

Quizá, si hacemos un recorrido por la historia de los personajes que formaron parte de la pintoresca trama, llegaremos a entender el porqué de un hecho tan surrealista y tan indignante como el del negro de Banyoles. Indignación que no sólo afecta a lxs negrxs, sino a toda una generación de personas que luchamos por la igualdad real de derechos entre seres humanos.

Ese negro es nuestro

Francesc Darder  (Barcelona 18511918) era hijo de un matarife catalán que había hecho fortuna. Médico y veterinario aficionado a la zoología, aprendió las técnicas de la taxidermia y se codeó con colegas de toda Europa, con los cuales comerciaba e intercambiaba animales embalsamados. Se hizo con una gran cantidad de piezas que exhibía en un museo de curiosidades en Barcelona.

Darder trasladó su colección de piezas embalsamadas a una casa que donó al pueblo de Banyoles justo antes de su muerte. Fue una persona excéntrica, y su curiosidad por lo exótico le llevó a traspasar las fronteras de la ética.

El Museu Darder, que así fue bautizado, contenía una gran variedad de piezas y animales disecados. Entre todo el material del museo, la pieza Nº 1004 es la que centra nuestra atención. La chapa sólo decía: Bosquimano, o bechuana, del Kalahari. Ningún nombre o fecha de muerte. Nada que identificara  la pieza como lo que era, el cadáver disecado de un hombre. Había sido introducida en el país: como “fauna animal”, no como “restos humanos”.

Un hombre de corta estatura, equipado con una lanza y un escudo. Un tocado de plumas decoraba su cabeza, y un taparrabos cubría sus genitales. Sin nombre, sin pasado, sin historia, y sobre todo, sin derecho alguno de decidir sobre su propio cuerpo.

El guerrero bosquimano había llegado a Europa cincuenta años antes. Trasladado a París, a la Maison Verreaux, donde se exhibía y se comerciaba con la mejor colección de fauna disecada del mundo. Cabe preguntarse si entre todas las personas que llegaron a percatarse de la presencia de aquel hombre negro, alguna se llegó a cuestionar si era ético, o correcto, o apropiado, tener a un ser humano expuesto, rodeado de animales disecados, y tratado en su muerte con el mismo respeto con el que se trata a un mapache o a una chinchilla.

Jules Pierre Verreaux  (1807-1873) fue considerado como uno de los mayores ornitólogos del XIX. Se definía a sí mismo como “naturalista preparador”. Con varias decenas de obras, su currículum es extenso, y fue una figura importante del momento.

Edouard Verreaux, (1810-1868) era también naturalista, coleccionista y distribuidor. Fue coautor de muchas de las obras más importantes del emporio Verreaux..

Los hermanos Jules y Edouard Verreaux partían una vez al año al Africa, y no escatimaban esfuerzos para conseguir animales extraños y exóticos que disecar. Uno de ellos cazaba o compraba las piezas y el otro las embalsamaba en un taller en Ciudad del Cabo. Una vez disecadas, las fletaban a París, donde su padre las vendía a museos o coleccionistas. Luego vendían sus piezas desde París a todo el mundo: museos, colecciones privadas, universidades…

“Dos jóvenes, los señores hermanos Verreaux, han llegado recientemente de su viaje al extremo de África, en las tierras del cabo de Buena Esperanza. Uno de estos interesantes naturalistas, que apenas cuenta dieciocho años, ha pasado veinte meses recorriendo el país salvaje al norte de la tierra de los Hotentotes, entre el cabo Nataly y la costa oeste de la bahía de Santa Elena. Las privaciones que han sufrido, los peligros que han corrido nuestros jóvenes compatriotas entre los nativos de esta zona de África, negros tan feroces como las fieras salvajes con las que viven, es algo que no intentaremos relatar. Únicamente nos referiremos a las conquistas que hicieron durante su exploración, de la que dudamos si admirar más su intrepidez o su perseverancia.”

15 de noviembre de 1831. Diario Le Constitutionnel.

La mayor conquista de la que se hicieron eco en esta aventura tan salvaje fue saquear una tumba en el yermo donde habían visto a unos nómadas enterrar a uno de los suyos. Lo hicieron por la noche, sin que nadie se pudiese percatar de la profanación que suponía apropiarse del cuerpo de un joven guerrero que había muerto por causas naturales, y que había sido enterrado por su familia.

El viaje del bosquimano

La Maison cerró sus puertas en 1878. Gran parte de la colección de animales fue adquirida por el Museo de Historia Natural de Nueva York. Lo que no fue de interés del museo, se vendió a particulares curiosos que pagaron bien por hacerse con las piezas disecadas.

El bosquimano no atrajo el interés de ningún museo. Se le consideró más como una “rareza”, una pieza exótica más orientada a la diversión que al conocimiento científico. Un aborigen africano embalsamado de manera poco elaborada, con prisas, y sin ningún tipo de miramiento por su condición de humano. Con el mismo proceso con el que se disecaba a animales exóticos africanos, el cuerpo de aquel hombre se vació.  En el lugar donde hubo carne y hueso, corazón y sangre, se puso material de relleno que permitiera “forrarlo” con su propia piel para despúes embetunarlo cada año.

Darder desconocía las circunstancias en las que había sido apropiado el cuerpo de aquel hombre negro, pero tampoco pareció importarle demasiado su procedencia.  Compró la pieza y la trasladó a Barcelona, donde siguió pasando desapercibida sin atraer el interés ni la curiosidad de nadie, hasta que a la muerte del taxidermista fue expuesta en el museo de Banyoles. De esta manera, “El negro de Banyoles” empezó a considerarse como un símbolo del pueblo, y una de sus “propiedades” más significativas. Un reclamo turístico a nivel europeo en el que sus visitantes podían deleitarse viendo a un negro disecado encerrado en una vitrina.

Libertador accidental

“Nunca he pensado que representara al hombre negro, lo que me irrita es que se trata de un ser humano y no de un animal exótico que se pueda disecar y exponer”               

Alphonse Arcelin


En esta historia existe un factor importante que surge como mecanismo de resistencia ante un racismo institucional que normalizaba el tratamiento de los negros como seres despojados de su humanidad. La figura de Alphonse Arceline cambió el rumbo de los acontecimientos en un momento en el que España (y especialmente Catalunya) era un foco de atención universal, debido a las Olimpiadas de 1992.

Nacido en 1936 en Miragoane (Haití), Alphonse Arcelin realizó sus estudios de medicina en España y ejerció durante años en Cambrils, municipio donde fue concejal del PSC-PSEO de 1999 al 2003 y titular del área de Sanidad y Licencias en el 2003. Fue secretario de organización y de la Agrupación Local Socialista de Cambrils y miembro del Consejo Comarcal del Baix Camp.

Hombre negro, médico, integrado en la sociedad, y respetado por su ética y valores férreos. Cuando Arcelin tuvo conocimiento de que un hombre disecado estaba siendo expuesto en un museo, rodeado de animales y sin ningún tipo de respeto hacia su persona, no dudó en gritar al mundo que aquello no era aceptable, ni normal. Aun así, tuvo que enfrentarse en solitario a toda una estructura del poder racista institucional y sus políticas colonialistas basadas en el tutelaje y en la negación de las capacidades de los negros.

Arcelín denunció al museo por exhibir al guerrero bosquimano disecado. Al año siguiente se celebraban los Juegos Olímpicos en Barcelona y algunas pruebas deportivas se realizarían en el lago de Banyoles. Arcelin escribió a Kofi Annan, a la Unión Africana, a Nelson Mandela, al obispo Tutu, llamando a los países africanos participantes en aquellas pruebas a boicotearlas.

El gobierno socialista presionó al alcalde de Banyoles para que la pieza fuera retirada “al menos temporalmente” de exhibición. Consiguieron eludir la polémica durante un evento que suponía una ventana al mundo, pero los efectos de un acto de deshumanización tan flagrante, no se harían esperar. Tras la presión internacional se consiguió su repatriación a Botswana, de donde procedía, tras forzar la mediación de la Organización de la Unidad Africana para repatriar y enterrar el cuerpo en su país.

Pese al triunfo en la batalla por los derechos humanos, Alphonse Arcelin tuvo que pagar un precio muy alto. Por parte del Estado Español, se le embargó durante años su sueldo para afrontar las costas judiciales. A pesar de ganar los juicios, Arcelin perdió su patrimonio y su prestigio. Fue el castigo por cuestionar la jerarquía interpretativa de un sistema neocolonial en el que el hacerse con la victoria supone la muerte social. Fue excluido, aislado de todos los foros sociales donde se hablaba de Derechos Humanos, racismo, inmigración i interculturalidad. Incluso el Colegio de Médicos le dio la espalda.

Se podría interpretar el castigo a Arceline como un escarmiento al resto de lxs negrxs que osaran desafiar al sistema. Un signo inequívoco de que el poder que ostenta el Estado es incontestable.

Su ostracismo social no se limitó a silenciarlo públicamente, sino que se le borró de la historia. Todo lo que queda de su lucha son unos cuantos recortes de prensa y algunas fotos. Mientras que la información sobre Darder o los hermanos Verreaux és extensa, Arceline no dispone ni de una breve entrada en Wikipedia. Su mensaje, sin embargo, debe permanecer con fuerza en el imaginario colectivo del pueblo por el que lo sacrificó todo, y por el que no dudó en ningún momento en enfrentarse con un sistema que deshumanizaba sistemáticamente a lxs negrxs. Y todo esto, sin erigirse como estandarte de negritud, sin reivindicar nada que no fuese del más básico sentido común: toda persona merece respeto.

El retorno del negro

El gobierno español decidió devolver al negro a África. Después de tanto escándalo, y para evitar las posibles repercusiones mediáticas, se lo llevaron de noche en furgoneta.

Consideraron que enviarlo disecado no les dejaba en muy buena posición, así que decidieron trasladarlo al Museo de Antropología de Madrid para separar lo que era propio del negro de lo que era relleno. Tras despojarlo de todo aquello que “no era suyo”, quedaron una calavera y unos cuantos huesos. No se atrevieron a agregar la piel, para que no quedara en evidencia que la habían embetunado año a año en el Museu Darder. Nadie preguntó, nadie quiso saber lo que el pueblo africano opinaba respecto a volver a profanar el cuerpo de un hombre robado en su momento, y devuelto años después totalmente irreconocible.

En octubre del 2000 los restos llegaron a Gaborone, capital de Botswana, para ser enterrados en el parque Tsholofelo. El despliegue mediático suponía un reconocimiento a la importancia del retorno de un miembro de la comunidad africana para darle el merecido descanso tras años de maltrato sistemático a su memoria.

Lo que el pueblo africano recibió fue un ataúd infantil con mirilla. En su interior una calavera y un puñado de huesos. Eso es todo lo que los que quisieron mostrar sus respetos a su compatriota pudieron ver al llegar a la capilla ardiente que se había organizado para su despedida.

La ceremonia del entierro no incluyó ningún rito tradicional, ni danzas ni vestimentas tribales, al no poder determinar la procedencia originaria de aquel hombrecillo envuelto en una piel de leopardo. El corresponsal de un diario español se dirigió al dirigente Mogomela para pedirle declaraciones acerca de su antepasado. Éste se limitó a decir: “Era un hombre negro que no sé dónde estaba, pero ahora está donde tenía que estar”.

Sencilla cita que muestra la obviedad de una realidad crudamente silenciada por todos aquellos sistemas opresores que coartan libertades y cuestionan derechos inherentes. No se puede arrebatar la dignidad humana, el derecho a decidir sobre unx mismx.

En cambio, las declaraciones del enviado del gobierno español, dejaron al descubierto todo un imaginario colectivo de negación de derechos y falta de reconocimiento a la condición humana de lxs negrxs.

– “Devolvemos lo que nos han pedido; hemos quitado lo que no era suyo”.

“Lo que no era suyo”, como si en algún momento alguien le hubiese preguntado al pequeño bosquimano si quería ser embalsamado y rellenado con material que conservara sus huesos y su apariencia para ser expuesto ante personas que le observarían con la curiosidad inocente (o intencionada) de quien desconoce por completo la aberración que tiene delante.

Conocer la historia nos permite no caer en los mismos errores. Que hace solamente veinte años el cuerpo profanado de un hombre sirviese como entretenimiento para curiosos y familias que disfrutaban de sus vacaciones, es algo que no puede caer en el olvido.

La deshumanización implica despojar a una persona de su condición de ser humano, no reconocerla como sujeto de derechos y libertades. No contemplar su capacidad de decidir sobre su vida, su cuerpo o sus acciones. Implica adoptar actitudes paternalistas ante la creencia de que ciertas personas no son capaces de imaginar, construir y gestionar su propia realidad a través de sus propias capacidades.

Todo eso, como el negro de Banyoles, debe quedar enterrado para siempre, y reconocer a todo ser humano como una oportunidad que ofrecer al mundo.