¿Dónde reside realmente la transformación social?

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Aquel hombre de abajo busca algo pequeño que hacer,

lo ve, y lo hace.

Este hombre de arriba, con una gran cosa por perseguir,

muere antes de saberlo.

Aquel hombre de abajo sigue sumando de uno en uno,

y sus cien pronto alcanza.

Este hombre de arriba, que busca el millón,

no se percata de la unidad.

Rober Browning. Funeral de un gramático

Robert Chambers, en su artículo titulado “Acción práctica”, planteaba el ámbito de la elección personal como un campo infravalorado, y consideraba las acciones individuales como una herramienta potencial para generar el cambio y la transformación social.

Podemos observar en nuestro día a día, que las políticas que se realizan “de arriba abajo”, construidas y elaboradas desde los espacios de poder, normalmente no están en sintonía con los malestares reales que permean la sociedad. La regulación y legislación de ciertos temas que atraviesan la vida de la gente de los estratos más desfavorecidos, parecen leerse en un idioma distinto al de aquellas administraciones que se encargan de desarrollar una presunta protección raramente efectiva.

Y, ¿cómo es posible? ¿por qué la legislación raramente satisface las necesidades reales de aquellas personas a las que se intenta ayudar? Sencillo, porque los espacios de poder no escuchan, solamente perpetúan las acciones que se supone que han de funcionar, al formar parte de un sistema cuyo engranaje pretende guiar la conducta humana sin creatividad alguna.

Para entender por qué las leyes y políticas en las que se invierte tanto esfuerzo y tiempo no suelen ser efectivas, vamos a desgranar la red en la que una persona se encuentra sumergida, sin ser consciente de ello, y que la empuja a actuar de un modo u otro dependiendo del lugar que ocupe en la sociedad.

Las tres patas

La familia es uno de los factores más importantes, y que incide de una manera más directa en la socialización de los seres humanos. Todo aquello que nos rodee durante los primeros años de nuestra existencia quedará grabado a fuego, y será la base de la construcción de nuestra personalidad. Sea bueno o malo, constructivo o más bien dañino, será en lo que nuestro subconsciente anclará sus raíces y hará crecer nuestro sistema de valores.

De esa socialización surgirá nuestro repertorio de acciones/reacciones que mágicamente determinarán esa “personalidad” que los demás ven desde fuera, y que en ocasiones se escapa a nuestros propios ojos, debido al automatismo que supone la incorporación de aprendizajes basados en la prueba/error.

Las reglas informales, derivadas de creencias religiosas o espirituales también forman parte de ese repertorio de herramientas que nos permiten tomar decisiones, y que en ocasiones tienen incluso más peso que las leyes dictadas por un gobierno externo y ajeno a la propia experiencia. Estas creencias, transmitidas de generación en generación de manera meticulosa, también forman parte de un imaginario social en el que existen conceptos e ideas preconcebidos tremendamente influyentes.

Las normas y leyes que nos rodean guiarán nuestros pasos, juntamente con eso a lo que algunos llaman “moral”, y que coincide con nuestro propio sistema de valores, forjado meticulosamente por nuestras experiencias personales, frustraciones o éxitos. Estas leyes son externas al aprendizaje individual, por lo que en ocasiones seguirlas supone para las personas ir en contra de sus propias convicciones, sean conscientes o inconscientes.

Un ejemplo

Para poder visualizar el porqué de esta derrota instrumental del sistema, es tan sencillo como visibilizar la discriminación a la que están sometidas de manera constante las personas transexuales.

La socialización muestra la transexualidad como un tabú, algo que incomoda, que no está bien, que es mejor mantener alejado de los espacios públicos, porque su sola presencia genera malestar e incomprensión. La interacción con personas transexuales es en muchas ocasiones un reto para aquellos que, aunque con buenas intenciones, son incapaces de entender el mundo desde los ojos de una persona que no encaja con los estándares socialmente establecidos. La construcción social del género y sus estereotipos condicionan hasta tal punto, que es necesario deconstruir todo un sistema de valores incorporado a lo largo de toda un existencia.

Las creencias religiosas, que muestran a las personas transexuales como desviadas, como aberraciones que no tienen cabida en el rebaño al que hay que pertenecer para satisfacer los valores espirituales correctos, alejan a los individuos de la naturalización necesaria para interactuar de manera normalizada y equitativa. La religión como sistema cerrado de valores, con unas normas estrictas que suponen el ostracismo de aquellos que no encajan, es una gran barrera para un trato basado en la igualdad.

Las leyes pretenden equilibrar esas desigualdades, y proteger a las personas que se encuentran en una situación de especial vulnerabilidad. Pero no pueden funcionar sin antes haber provocado una transformación real y efectiva, una naturalización de la presencia de esas personas incómodas socialmente hablando, y para las que la normalidad supone un estado de discriminación continua. Es incluso probable que las leyes generen en estos casos el efecto contrario al que pretenden, ya que muchos temerán acercarse e interactuar con aquellas personas especialmente protegidas, por el miedo al castigo.

El cambio será posible cuando se ofrezca a las personas espacios para entender, para compartir, para liberarse de prejuicios y estereotipos que encasillan a los individuos en guiones demasiado estrechos y encorsetados. Cuando el pertenecer a determinado ámbito social no se convierta en una barrera para entender al otro, será posible crear leyes efectivas que satisfagan las necesidades reales de las personas.

Mientras tanto la lucha reside en despojarnos poco a poco de todas esas capas en las que permanecemos en inmersión continua, y que suponen una barrera demasiado poderosa para el cambio. Esa acción práctica de Robert Chambers no es más que nuestra capacidad de mirar alrededor y ver la diversidad enorme que nos rodea, que puede enriquecernos, hacernos crecer, y convertirnos en factores reales de una transformación social que nos acerque a la igualdad real.