De monstruos a maravillas

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Cuestión de supervivencia

El ser humano es gregario, tiende a crear grupos y a vivir en comunidad con otros seres de su misma especie. Es cierto que algunos aspectos de su experiencia vital transcurrirán en la intimidad, lejos de las miradas de sus iguales, pero de manera mayoritaria, el ser humano es social. Esto le permite el logro de sus metas y objetivos, contribuyendo así a la creación de una red de cooperación que hará posibles proyectos que superan en mucho la capacidad de un solo individuo trabajando en solitario. Además, los conglomerados humanos generan normas que regulan las conductas de sus integrantes para que la vida en sociedad sea ordenada y armónica.

Los humanos nos reunimos, nos miramos, nos tocamos, y descubrimos quiénes son de los nuestros, y a quiénes podemos etiquetar rápidamente como “los otros”. Los afines nos generan confianza, seguridad y tranquilidad. Los que consideramos diferentes a nosotros, en cambio, nos hacen sentir una mezcla de emociones desagradables difícilmente definibles, que se podrían catalogar en conjunto como “miedo”. El grado de miedo que sienta una persona será proporcional a lo “desconocido e intimidante” que le parezca ese otro. Cuanto más raro, más miedo.

En los animales gregarios, como los elefantes o las jirafas, se trata de un mecanismo de supervivencia. Un individuo solo es vulnerable a los ataques de los depredadores, pero muchos individuos juntos crean una estructura que permite la protección de todos sus integrantes, gracias a la fuerza del grupo. De esta manera, el sujeto es a la vez parte y proceso de la generación de un todo superior al que estará supeditado, perdiendo autonomía, pero ganando en seguridad.

En los humanos, esta construcción de una superestructura que garantice la seguridad de sus miembros, pasa por un proceso de socialización. El sujeto incorporará normas explícitas que deberá seguir bajo amenaza de coacción o castigo, y otras implícitas que formarán parte de su “educación”, y que le harán convivir con el resto de individuos de una manera respetuosa, evitando los posibles conflictos derivados del contacto voluntario o forzoso. El sistema garantiza la protección de los sujetos que se socializan y se integran a la estructura, como componentes imprescindibles para su perpetuación.

Durante este proceso de socialización, se construye la personalidad del individuo, que estará firmemente enraizada en los valores, las tradiciones, y en la visión del mundo que la sociedad en la que vive se haya encargado de plasmar en su subconsciente. A través del refuerzo positivo o negativo, quedarán grabadas en la memoria del sujeto aquellas conductas aceptables, y también aquellas que la sociedad considera inadecuadas, horribles o monstruosas.

Cuerpo social y cuerpo físico

“El cuerpo social condiciona el modo en que percibimos el cuerpo físico. La experiencia física del cuerpo, modificada siempre por las categorías sociales a través de las cuales lo conocemos, mantiene a su vez una determinada visión de la sociedad.”

Mary Douglas. Simbolos Naturales. 1970

Mary Douglas, en su libro Símbolos naturales, describía la tensión entre el cuerpo social, aquel formado y construido a través de la socialización, y el cuerpo físico, inherente al individuo, y que tendía a verse por el sujeto como reflejo de lo que la sociedad había plasmado en su subconsciente. “El cuerpo social condiciona el modo en que percibimos el cuerpo físico”. De esta forma, existen cuerpos normales, perfectos y admirados, y también aquellos que quedan fuera de la norma, llamados anormales, horribles o monstruosos.

La normalidad está vinculada a algo que sirve de regla o norma. Es posible asociar lo normal a lo común o a lo habitual. Lo anormal, por lo tanto, es justo lo contrario: lo infrecuente, lo que escapa de lo común o de la lógica.

La conducta que se desvía de lo típico en un cierto contexto social se considera anormal, este enfoque, es dependiente de las actitudes morales y sociales dominantes.La norma está determinada por las personas que tienen el poder de decidir quién es normal y quién no lo es. 

La normalidad está íntimamente relacionada con la comparación. Soy normal o anormal en oposición a alguien. La cuestión es quién es ese alguien con el que me comparo, y por qué él es normal y yo no. La sociedad es la que se encarga de crear una imagen estandarizada en la que puedan reflejarse las personas, que les dé confianza y les genere seguridad. Si me considero normal, entonces no tendré motivos para temer la marginación o la soledad.

La marginación implica que el sujeto pierde la protección del sistema, o que jamás ha accedido a ella. Existe un espacio protegido dentro de la sociedad, y otro fuera, liminal, en el que se pierde la garantía del ejercicio de los derechos humanos básicos. En este lugar sin nombre, que puede coexistir con el espacio normativo a modo de heterotopía, las personas ya no son personas, se convierten en seres descartados, desechados, a los que cuesta observar sin apartar la mirada. El sujeto socializado evitará por todos los medios mirar cara a cara a aquellos seres que no forman parte del sistema. Aquellos que, han abandonado (o nunca han tenido) su lugar entre los seres normales.

Seres yuxapuestos

 “La gran familia indefinida y confusa de los anormales, el temor a los cuales asediará el final del siglo XIX, no marca simplemente una fase de incertidumbre o un episodio un poco desafortunado de la historia de la psicopatología; se formó en correlación con todo un conjunto de instituciones de control, toda una serie de mecanismos de vigilancia y distribución; y cuando haya sido casi enteramente englobada por la categoría de degeneración, dará lugar a elaboraciones teóricas irrisorias, pero de efectos duramente reales.”

Michel Foucault “Los Anormales”, 2006

Diane Arbus está considerada una de las fotógrafas más influyentes del siglo XX. Su arte fue atípico. En un momento en el que lo que primaba era fotografiar lo bello, lo amable, lo “normal”, ella se dedicó a retratar a aquellos seres marginales que quedaban fuera del marco normativo. El siguiente documental ofrece las claves para descifrar el curioso paradigma desde el que Diane Arbus se atrevío a visibilizar a aquellas personas que quedaban en los márgenes de una sociedad que se desentendía y se distanciaba cada vez más de los “freaks”.

A finales de los años 60, su obra provocó gran controversia. La sociedad no estaba preparada para mirar a los ojos a aquellos a los que se repudiaba. Observar las fotografías de Diane implicaba encontrarse cara a cara con el lado oscuro de la humanidad, aquel que deshumaniza a las personas y las clasifica en categorías aceptables o excluyentes, elaboraciones teóricas irrisorias, pero de efectos duramente reales”.

La infancia de la fotógrafa, envuelta en un halo de protección que coartó su capacidad para valorar lo bueno y lo malo, lo aceptable y lo inaceptable, la condujo hacia una madurez en la que descubrió un mundo totalmente desconocido para ella, el de la marginalidad.

La fascinación que sintió hacia las personas que no formaban parte del sistema normativo, la condujo a querer plasmar su esencia a través de imágenes que visualizaran sin ningún género de duda su condición de “freaks”. No perseguía integrarlos en la sociedad, sino mostrar ese espacio en el que se desarrolla el día a día de los marginados socialmente, y que crean paradigmas nuevos, diferentes y paralelos a los socialmente establecidos.

Enanos, tatuados, lesbianas, hippies, adictos, transgénero, discapacitados…

Ver en galeria | Diane Arbus art (Enlace externo)

Con su obra nos adentramos en el submundo de lo oculto a los ojos de la normalidad. Eso que únicamente puede observarse si se es capaz de vencer el miedo que provoca salir de los márgenes de la protección del sistema, y ver aquello que sucede cuando nos deshacemos de nuestro cuerpo social.

Diane Arbus se suicidó en 1971, cuando contaba con 48 años de edad, considerándose a sí misma como una especie de “fenómeno”.